Champagne (1928).-
Esta película intenta de alguna manera ser una versión de Downhill en tono de comedia, pero desde ya anticipo que se queda a mitad de camino sin llegar nunca a tocar ningún puerto seguro.-
Una heredera alocada (Betty Balfour, llamada simplemente “la chica” en los títulos) se ve envuelta en diferentes situaciones cuando viaja a París para encontrarse con su prometido (Jean Bradin, “el chico”) y al descubrir que su padre (Gordon Harker) ha quebrado, debe trabajar para vivir.-
El comienzo de Champagne es prometedor: la chica ameriza en medio del océano para abordar el trasatlántico en el que viaja su amado, relación que su padre desaprueba (muy al estilo de Claudette Colbert en It happened one night). Entre discusiones y el malestar marítimo de su prometido, la chica es cortejada por un hombre misterioso y algo siniestro (Ferdinand von Alten). Ahora bien, luego de este comienzo lo que sigue es una película imperfecta en donde el todo es menos que la suma de las partes; es decir que Champagne está llena de buenos momentos cuando los tomamos como viñetas aisladas pero que en el conjunto no terminan de encajar del todo bien.-
Lo curioso es ver al maestro del suspense en estos primeros años de carrera intentando construir su estilo en distintos géneros e introduciendo en una película mayormente cómica que funciona como una proto-screwball comedy, los elementos de peligro que siempre acechan a los héroes que se salen de lo cotidiano para buscar alguna aventura.-
Más interesante aún es seguir la trayectoria de la chica, independientemente de los hombres que la rodean. “Betty”, como es llamada por su padre, es una verdadera flapper que aplica la fortuna paterna en fiestas alocadas y vestidos extravagantes pero cuando recibe la noticia de la bancarrota de la familia, no duda a la hora de ponerse al frente de las tareas del hogar y de buscar un trabajo. Es cierto que sus dotes culinarias son más que dudosas y no es muy habilidosa en su trabajo (debe vender flores para el ojal de los caballeros en un salón de baile como el que ella misma solía frecuentar), pero no rehuye el desafío y mantiene siempre la frente en alto. En este sentido, Hitchcock nos presenta una heroína tremendamente moderna que anticipa a las “tipas duras” del período pre-code americano. Es fácil imaginarse, por ejemplo, a una Barbara Stanwyck trazando el mismo arco. El problema es que el director no parece del todo entusiasmado por contar la historia de Betty (el personaje) ni por contar a través de Betty (la actriz). Más enamorado de la forma que del contenido, Hitchcock nos ofrece momentos de puro cine como a él le gustaba llamarlos, como una escena en la cual “la chica” es llevada a un reservado por “el hombre” y atacada sexualmente, mostrando en el final que no es más que su imaginación; pero en general el director no se demora demasiado en redondear a su protagonista. Y así, cuando hacia el final Betty descubre que todo fue un engaño de su padre para intentar poner a prueba a los jóvenes amantes, uno casi que espera que la heroína mande a todo el mundo al demonio y se marche a vivir su vida entre personas más dignas de su valía, pero nada de eso sucede.-
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